miércoles, 29 de mayo de 2013

CASTELAR: CALDOS FORNACENSES

Extendemos nuestra visita a Hornachos en el tiempo y hablamos hoy de los vinos que degustamos en nuestra visita a su castillo en el Mesón “Fuentecita”.

Como primer caldo probamos un vino de pitarra de Bodegas Hornachos, del cual lo único que podemos decir es que su sabor era fuerte y su paladeo rápido sin nada destacable. Un vino de acompañamiento sin más.

Nuestra gran elección vino en segundo lugar, junto a la degustación de platos típicos, ya que el vino Castelar Crianza de 2009 tuvo bastante éxito entre nosotros. Estamos ante un vino de uva tempranillo, con color cereza picota y matices de teja, cuya capa de opacidad es media-alta; los olores recuerdan a frutos negros, como moras o ciruelas, además de a madera y de nuevo a frutos del bosque tras su apertura y oxidación paulatina. En cuanto al sabor, es un vino que entra bien en boca, cálido y suave, no es excesivamente largo.


La valoración que hacemos de él y de cómo acompaña a las carnes que componen gran parte de nuestro menú, es excelente, por lo que no está de más que conozcamos algunos datos extra de su procedencia: Bodegas Castelar.

Esta bodega, nacida y ubicada en Hornachos desde 1963 de mano de la familia Cáceres Márquez, cuenta en la actualidad con más de 100 hectáreas de viñedo, cuya peculiaridad es que se encuentran en las faldas de la Sierra Grande fornacense. Las parcelas oscilan entre los 350 y los 500 metros de altitud aproximadamente, y en función de esta elevación cultivan una variedad u otra de uva.

Entre ellas, Castelar produce uva Tempranillo, Garnacha, Cabernet-Sauvignon, Merlot o Macabeo, siendo la apuesta por el cultivo tradicional, la recolección manual y la aplicación de nuevas tecnologías el elemento diferenciador de sus vinos.


Además del Crianza, Bodegas Castelar ofrece Tinto Joven, Tinto Reserva, Blanco Joven y el Tinto Ecológico “Pago de las Monjas”. Para obtener más información de esta bodega y de sus caldos, puedes consultar su página web:
www.bodegascastelar.com

miércoles, 15 de mayo de 2013

HORNACHOS: FORTALEZA ÁRABE


Antes de seguir paladeando el vino fornacense, vamos a hacer un alto en nuestro camino para saborear la historia de la fortificación que nos ha llevado a visitar estas tierras, en las que los últimos musulmanes resistieron hasta 1609.

El Castillo de Hornachos, conocido por su forma de barco, se levanta en una gran roca de la serranía desde la que gobierna el pueblo establecido a sus pies…desde no se sabe bien cuando. Y es que la fecha de construcción del recinto no está del todo clara, pero si coinciden los expertos en que la más probable es el siglo X, con las primeras invasiones árabes, cuyos protagonistas realizarían la construcción en mampostería. En esta época, Hornachos marcaba el límite de los reinos musulmanes de Badajoz y Toledo.

La fortaleza, que se asienta sobre los restos de un antiguo castro de origen túrdulo, contaba en sus años de esplendor con tres puertas: una a la que se accedía por un puente levadizo, otra (la principal) defendida por la torre del homenaje y una puerta accesoria en la parte posterior. En el castillo se podían admirar los escudos de las casas Cárdenas y Zapatas, comendadores del mismo.

Habitaciones, caballerizas y estancias de vivienda ocupaban gran parte de la construcción, junto con una capilla dedicada a Santiago, siendo en este periodo el castillo el que marcaba el límite de las jurisdicciones de esta Orden Militar en Tierra de Barros, y de la de Alcántara en La Serena.



Es 1494,  cuando el recinto castelar mantiene su auge, y aunque en 1515 ya se encargan trabajos de mantenimiento que se darán por terminados en 155o, es en 1575 cuando comienza la decadencia progresiva del castillo fornacense, ya que los comendadores dejan de habitarlo. En 1604 existe constancia de que no había entre sus muros morador alguno y los libros de visita recogen en 1746 que el edificio está “caído, derrotado e inhabitable”.

Desde entonces el declive es paulatino, la erosión del paso del tiempo y los efectos del clima se dejan ver en los materiales usados en su construcción (tábiya, cal, cantos, mampostería), pero aún resisten en pie los restos de un emplazamiento fortificado, que desde la Sierra Grande de Hornachos nos da testimonio de un pasado religioso convulso.

miércoles, 8 de mayo de 2013

DEGUSTANDO HORNACHOS EN LA “FUENTECITA”


Deseamos que la espera no haya sido tediosa, pero por fin es el momento de conocer la gastronomía que pudimos degustar en nuestra visita a Hornachos y su castillo.

Antes de comenzar, refrescamos la garganta con cerveza y refrescos, y comenzamos con una botella de vino de pitarra de Bodegas Hornachos, que analizaremos en otra entrada. El Mesón Fuentecita es un bar amplio, que no tiene salón comedor, pero que cuenta con numerosas mesas situadas a un lado de la barra para quien desee degustar sus raciones y tapas. La decoración es rural, y en las paredes de pueden ver algunos trofeos de caza, además de una chimenea que da un toque hogareño al lugar.

Es mediodía, y los fornacenses pasan por este local para compartir el aperitivo, por lo que el ambiente es distendido. Nos sentamos en una mesa frente al ventanal y pedimos la carta. Nuestra elección: ancas de rana, carnes de jabalí y venado, patatas de la casa y croquetas de carne caseras, regadas por un vino crianza de 2009, de las fornacenses Bodegas Castelar.

Panel informativo de los lugares de interés de Hornachos con el pueblo al fondo.
Un detalle que nos gustó bastante a la hora de servir la mesa, fue que el pan parecía recién horneado, caliente y blando, comenzando el banquete con las patatas “chulas”, especialidad del restaurante. Son unas patatas congeladas (no troceado casero) fritas, acompañadas de una vinagreta de ajo y perejil. Bastante buenas, por lo que las terminamos pronto y decidimos repetir. Las ancas de rana nos abren aún más el apetito. Su guiso es rebozado y no las acompañan salsa alguna, por lo que quizás el paladeo sea algo soso.

A continuación llega a nuestra mesa el plato de carne de jabalí, de textura suave y tiernísima, con un sabor que recuerda al hígado de cerdo. Junto al jabalí nos sirven la carne de venado, algo más dura, cuya guiso resulta ligero al paladar, distinguiéndose un regusto a hierbas que acompaña a las setas y la zanahoria troceadas. Son platos buenos, que comemos con gusto, pero que no destacan por su exquisitez.

Vista de la Iglesia de la Purísima Concepción
Para terminar, y acompañando a nuestra segunda ración de patatas “chulas”, degustamos las croquetas caseras de jamón, también buenas en términos generales. Lo único destacable es que algunos de nosotros las encontramos algo ásperas en boca, debido quizás a la harina empleada. Damos buena cuenta igualmente del vino, con grandes atributos en nuestra opinión y que también describiremos en un post a parte.

Terminada la sobremesa, en la que los postres fueron helados no caseros y café de bastante buen sabor, nos disponemos a comenzar el regreso, no sin antes agradecer la atención a nuestros anfitriones. Como valoración final, podemos decir que el Mesón Fuentecita es un lugar que, si bien no destaca por la excelencia de sus platos, si que saciará el hambre de los comensales, con una carta variada y en la que encontrarán productos de la zona de gran calidad por un precio razonable.